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se acercaba cada vez más y más a nuestra ciudad y la gente comenzaba a

salvaguardarse en lugares bajo tierra y a reunir todas las provisiones que fueran posibles.

Yo, mientras tanto, había aprovechado aquel instrumento, del cual descubrí gracias a la

persona más anciana del pueblo que se llamaba guitarra, para liberar todas mis tensiones

y preocupaciones. ¡Aquello era increíble! Incluso decidí contarles a mis padres mis

nuevos descubrimientos sobre ese curioso objeto.

-¡Papá! ¡Mamá! ¡He descubierto que el objeto que encontré hace unos meses se llama

guitarra! –grité entusiasmado mientras les mostraba la guitarra.

-¿Sí hijo? ¡Qué bien! –dijo mi padre, pero su voz sonaba más apagada que antes.

-¿Qué ocurre? –expresé preocupado.

-Es tu madre… -dijo preocupado mi padre -. Debe ir a pelear en la guerra.

Mi rostro se fue volviendo cada vez más triste y, sin saber ni cómo ni por qué, comencé a

liberar toda mi tristeza y pena a través de una melodía que había estado tocando en la

guitarra varias semanas, pues ésta expresaba firmemente como me sentía. En cuanto el

primer sonido hizo eco en el aire mi padre se levantó para arrebatarme la guitarra,

pensaría que estaba burlándome de la situación, pero mi madre le detuvo.

-Posiblemente estos sean los últimos días con vosotros, y no quiero discusiones.

Mi padre se frenó en seco y mi madre abrió los ojos como platos cuando la melodía fue

resonando por todos los rincones de mi pequeño hogar. Aquella melodía… ¡La entendían!

¡Y les hacía sentir todo lo que yo quería transmitir! Y entonces, las últimas notas fueron

tocadas y provocaron un silencio súbito. Mi madre sonreía mientras le caía una pequeña

lágrima por la mejilla y mi padre se había quedado quieto. Entonces hablé.

-¡¿Veis?! ¡Podemos comunicarnos con los otros humanos! ¡Podemos detener la guerra! –

salté entusiasmado.

De repente, mis padres comenzaron a reír al unísono.

-¡No seas tonto Javi! La única manera de ser escuchado es ganar la guerra –afirmó mi

padre.

-Pondré todo mi esfuerzo para que podamos ganar la guerra. ¡Entonces sí que iban a

callarse todos para escuchar los ruidos de mi alocado hijo! –ironizó mi madre mientras s

reía.

-Pero si vosotros lo habéis entendido… ¿por qué ellos…? –de repente fui interrumpido por

mi padre.

-¡Porque no! ¡Ellos… no son como tú y yo o como todos los que están en nuestro bando!

-¡No todo consiste en ganar y llevar la razón! ¡No es necesario masacrar a la gente para

ser escuchado! –alcé el tono.

-¡¿Acaso has estado viviendo más tiempo que yo?! ¡No sabes nada de la vida! ¡¿Cómo

nos vamos a comunicar entonces?! ¡¿Mediante ruidos?! ¡Solo hay una única manera,

pelear! –dijo muy enfadado él.