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CATEGORÍA E

Primer Premio Narrativa

Título: Invisibles

Autora: Carla López de Zamora Pagán

El bar olía a tabaco y, cuando entrabas, nubes de humo se arremolinaban a tu alrededor y

nublaban la vista. Julia se encontraba en la barra apurando su café, con sus diecisiete

inviernos en vena, mientras un hombre a su lado leía el periódico, enfrascado en un traje

viejo, pero elegante. De fondo, se oía la voz chillona de una radio mal sintonizada, las

voces de los clientes habituales y el traqueteo de vasos y platos tras la barra, donde

reinaba Fernando, el dueño de toda la vida, empapado de sudor.

Julia tenía la mirada perdida en su larga y oscura falda, remendada por ella misma en

ciertas partes, pues había sido heredada de su hermana mayor cuando ésta la había

dejado atrás al mudarse con su marido, pese a ser tan solo un año mayor que ella. A

Julia, el matrimonio se le antojaba como una prisión, tal y como el servicio militar al que

eran obligados a asistir los jóvenes hombres del país; solo que para ellas, las mujeres,

duraba toda una vida. Su madre, sus abuelos e incluso el párroco de la Iglesia de su

barrio ejercían una constante presión sobre ella por su soltería, pues tal y como ellos

decían: ―

El mayor logro para una mujer es formar una familia, sino, solo serás una

fracasada. Búscate un buen marido, aunque con esos terribles modales te deseo suerte.

Pobre del que caiga en tus redes

.‖

Había escuchado ese romanceo desde que era niña, y el ejemplo de su hermana María,

una joven perfecta, casada y dedicada completamente a su familia y a la Iglesia, no hacía

más que empeorar la situación.

La puerta se abrió de golpe, haciendo tintinear unas campanillas que colgaban del techo.

Nadie perdió un segundo en girarse a mirar, pues decenas de personas cruzaban esa

puerta diariamente, en sus descansos, aprovechando al máximo sus únicos minutos libres

de su ajetreada vida en la ciudad. Ni siquiera Julia le dio importancia, embaucada en

terminar los deberes de la escuela femenina a la que asistía, hasta que un par de

pantalones tomaron asiento en el taburete contiguo al suyo y una voz suave pidió un café

a la vez que encendía un cigarrillo.

Al instante sintió admiración por la mujer que tenía al lado: no era socialmente bien visto

que una chica llevase pantalones, pero ella conseguía hacerlo como si fuese la cosa más

natural del mundo. Su pelo, negro como el azabache, estaba recogido en un elegante

moño del que escapaban unos rebeldes mechones, y sus ojos eran de un azul, oscuro

como un mar durante la tempestad.

Descubrió, tras unos segundos de ensimismamiento, que la chica la estaba mirando,

divertida.

- ¿Ocurre algo?- Preguntó, y su voz sonó como el susurro de un amante, grave y

dulce a la vez.

- Lo…lo siento. Es tan solo que… no se suele ver gente…- Intentó hablar Julia, pero

las palabras quedaron atascadas en su garganta, haciéndola enrojecer.

- ¿Qué vista así? – Rió.- Es mucho más práctico que esas pesadas faldas. Deberías

probarlo.

- Mi madre me mataría. – Murmuró la otra, más para sí misma, sintiéndose

completamente vulnerable ante la vibrante presencia de esa chica desconocida.

- Me llamo Rebeca.

- Julia. ¿Acabas de mudarte? Nunca te había visto por aquí. -Rebeca le sacaba a

penas tres años, no le habría pasado desapercibida si sus miradas se hubiesen

encontrado antes.