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característico bigote bien peinado y su pelo, que empezaba a volverse cano, engrasado

en un intento de domar sus rizos.

Su mirada huyó rápidamente a la de su madre, de negro de la cabeza a los pies como un

cuervo, el papel de trágica viuda del que no se había desprendido desde la muerte de su

marido; que la miraba triunfante.

- Querida, que bien que hayas llegado. – Le dijo cuando el denso aire que inundaba

la habitación y el terrible silencio se volvieron insoportables para los tres, en un

tono agradable que nunca usaba con ella. – El señorito Herrero – aunque Julia

sabía que tenía bien pasados los treinta- me ha estado comentando una propuesta

muy interesante. Lo hemos hablado y, dadas las circunstancias, creo que será lo

mejor para nosotras, quiero decir, para ti. Ha llegado a mis oídos que habéis

estado pasando tiempo juntos últimamente.

Tiempo juntos

eran los minutos de un café que había compartido con él por pura cortesía

semanas atrás.

Sentía que mis piernas serían incapaces de sostener mi peso una vez que la boca de

Diego pronunciase lo que temía que iba a decir. Y sus sospechas se confirmaron tras un

gutural carraspeo:

- Julia, preciosa. – El cumplido le sentó como una patada en el estómago. – Te

conozco desde que eras una cría, nuestras familias son amigas desde hace

muchísimos años. – Empezó a descargar su ensayado discurso.- Creo que es un

buen momento para llevar esa relación un paso más allá. Me gustaría que te

casases conmigo. – Le extendió el ramo y la caja abierta mostrando un simple

anillo de plata.

Ni siquiera se había dignado a mentir y decirle que la amaba. Una relación entre familias,

como si ella fuese nada más que un triste regalo. No, no, no, no podía aceptarlo. No

después de todo lo que había sucedido en el último mes. No después de Rebeca. Una

vez había abierto los ojos, no podía permitirse volver a cerrarlos.

- Diego, yo…- Su voz sonó rota mientras trataba de frenar las lágrimas que se

peleaban por desbordar sus ojos. .- Es todo un honor, y es una propuesta

excelente, pero… Necesito pensarlo. Es una decisión importante para la que creo

que no estoy preparada todavía.

Los enormes pies del hombre dieron una zancada y sus manos se apoyaron

pesadamente en los hombros de la chica.

- No te agobies, sé que puede sonar precipitado. Pero así podrás por fin dejar la

escuela y formar una familia, ¿no es eso lo que quieres?

Se limitó a morderse el labio, aterrorizada de lo que pudiese salir de su boca si la abría.

Se excusó ante la desaprobadora mirada de su madre y se retiró a su diminuta

habitación. Dejó descargar las lágrimas hasta que su cara quedó llena de restos de sal

seca, rumiando hasta enloquecer la situación. Su familia estaba pasando por un mal

momento pese a las apariencias de burguesía que su madre se esforzaba por mantener.

Pero los estómagos de ellas y los dos gemelos, sus hermanos pequeños, se acostaban

todas las noches casi vacíos, sus cuerpos envueltos en hojas de periódico porque la leña

para la estufa les era impagable. Los Herrero no eran ricos, pero tenían suficiente dinero

como para darles una vida decente, y sabía que ese era el móvil de su madre para

fomentar esta unión. La decisión era esa: su vida, o la de su familia.

Consiguió escabullirse de la casa y se desplomó llorando en la puerta de su amante tras

tocar el timbre. Cuando la otra le obligó a recomponerse y le sirvió una copa de vino, las

palabras escaparon de su boca como una bandada de pájaros a los que se les abría la

puerta de su jaula.

Sin saber cómo, ambas acabaron asomadas al balcón, las estrellas plagaban el cielo

sobre sus cabezas y, bajo sus pies, automóviles recorrían ruidosos las desiertas calles.

Bebieron hasta perder el control, y se hicieron promesas de soñadoras que se sabían