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CATEGORÍA D

Segundo Premio Narrativa

Título: Una carta sin destinatario

Autora: Inés Lillo Manchón

Hay tantas cosas que te querría contar que realmente no sé por dónde empezar.

Además me resulta extraño hacerlo porque pienso que nunca vas a leerlo.

A lo largo de este tiempo mi orientador me ha insistido en múltiples ocasiones que te

escribiera, ya que según me dice iba a serme de gran ayuda emocional.

El hecho de decidirme a hacerlo ocurrió hace un par de días, algo que ni he contado a

mamá, te prometo que al final de esta carta te lo cuento.

Papá, han transcurrido 18 meses de tu funeral y ahora comienzo a duras penas a

entrelazar pequeños retazos que guardaba en mi memoria. Hasta hace poco no

recordaba más que el aire frío azotándome la cara, agarrándome de la cintura de mamá y

suplicando que aquella montaña te devolviese.

Aquel día sentía que mi corazón no iba a aguantar lo que la vida me estaba haciendo

pasar, sentía que la tristeza me devoraba por dentro, no sé cómo pudo mi cuerpo

sobrevivir a todo aquello y digo mi cuerpo porque yo dejé de estar en él. Toda mi vida se

tornó en abandono.

Las dos semanas después de tu entierro mamá y yo no hablábamos. Era un dolor

incomprendido y quizá por esa razón no conseguíamos articular conversación alguna.

Llorábamos a solas para evitar provocarnos mayor dolor.

Por las noches mamá venía a mi cama a darme un beso y cada vez que entraba me

anticipaba para secarme las lágrimas y de esa forma poder hacerme la dormida.

Durante mes y medio dejé de ir al colegio, no podía ver pasar el mundo como si nada

hubiese ocurrido, simplemente no acertaba a comprenderlo, ¡qué frío es el mundo! Ni

siente ni se compadece de los demás. Se me hacía terrible vivir, realmente lo que se me

hacía difícil era llevar una vida en continuo fingimiento.

Mamá me llevó a un orientador, que es tu antiguo compañero Julio. Me ha ayudado

mucho durante este tiempo a poder aceptar y aflorar todo el dolor que albergaba en mi

inconsciente.

Un día mientras mamá y yo estábamos sentadas en la mesa, tuve la valentía de por

primera vez mirarla a la cara, su rostro reflejaba dolor, aquella lividez mezclada con

aquellas arrugas, surcaban un cuerpo ya sin vida, quedé aterrorizada y pude sentir que su

dolor estaba siendo mayor que el mío.

El único consuelo que tuve fue lo que mamá me dijo desde el primer día: ―El papá ha

muerto haciendo lo que más le gustaba, que era el alpinismo.‖

Mamá siempre dijo que una parte de tu alma se la había robado la montaña, esa parte era

salvaje y primitiva, pero aún así mamá lo aceptó y te quiso y te sigue queriendo con

locura.

Bueno papá lo prometido es deuda, creo que ha llegado el momento de desvelar la

verdadera causa, la cual me ha llevado a escribirte. Antes de nada, te siento más cerca

que nunca y he vuelto a recobrar la vitalidad que siempre me ha caracterizado, gracias a

ti, al mejor padre que hay en el mundo, aquel que nunca me falla, aquel que nunca me

abandona.

Anteanoche soñé contigo, recuerdo con meridiana claridad todo el sueño.

Soñé que nos mirábamos y nos cogíamos de las manos, mientras dábamos pequeños

saltitos en derredor, como un baile orquestado por mutuo acuerdo, tu mirada era diáfana,

limpia y muy alegre. Nunca me había sentido tan reconfortada y aliviada.

Al despertarme, volví a cerrar los ojos para intentar atrapar un poquito más de aquel

tesoro caído del cielo. Era una sensación totalmente sublime, hasta algo de mi ser me